LA PENÚLTIMA ZANCADA DE FERNANDO TORRES
Escrito por Jesús Fuentes
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- 23 marzo 2016
- en La Liga
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LA PENÚLTIMA ZANCADA DE FERNANDO TORRES
Me sorprende que se le exija a un delantero, a un matador, que sea un cisne. No se le exige a un perro de caza que camine con tacón alto. Fernando Torres, defenestrado por muchos hoy, nunca fue el paradigma de la elegancia, al menos cuando sostenía el balón en sus pies. Su zancada, eso sí, es lo más glorioso que ha parido el Calderón en los últimos cincuenta años. Para él, los goles fueron durante muchos años un bálsamo reparador sobre el que construir una carrera más allá de su tosca desenvoltura con la bola.
Ahora no hay bálsamo que lo alivie. No le sale el gol, algo que entendía como parte de sí, como un estigma. Debe ser complicado olvidarte de algo que nunca aprendiste. Aduciendo a razones meramente físicas o técnicas, se podría decir que “el niño” ha perdido velocidad, potencia, regate…Incluso olfato, esa cualidad con la que nos referimos a los delanteros que hacen goles a pesar de casi ni procurarlo.
Lo cierto es (que se lo digan a Jackson) que no es tan fácil hacer goles en este Atlético de Madrid, y mucho menos cuando Simeone se refugia en tres mediocentros. Entonces, sin fluidez, y con la primera misión de maltratar a la defensa rival con mil movimientos, Torres muere. Le toca trabajar para otro rubio, menos alto y con mejor pie izquierdo. Y mejor en general, al menos hoy y mañana. El pasado es discutible.
Uno con éste Torres tiene la sensación de que no se atreve. Agarra el balón en el centro del campo, con 50 metros por delante y solo un rival en su camino. La grada se levanta porque atisba rabia y electricidad en sus piernas, el defensa teme quedar en evidencia y Torres, en un acto de piedad, se frena, cuando hasta Griezmann sabe que si “el niño” echa a correr ni él llega a avistar la marca de sus tacos. Dan ganas de agarrarlo como un abuelo sujeta y mira a su nieto explicándole cómo se monta en bicicleta. Evidentemente, a Torres no se le ha olvidado galopar del mismo modo que uno no se olvida de dar pedales.
Con Torres uno revive cada situación de su vida. Es un portal a recuerdos, un museo de historias, de ambición, sueños, decepciones, expectativas derruidas y desazón por la falta de reconocimiento.
La historia más fea (y la más repetida) es la del futbolista que añora el cariño de una afición contradictoria, que lo mismo te pide que beses el escudo el primer día que te pita cuando lo das todo por unos colores que ninguno de ellos ha ayudado a perpetuar tanto como tú.
De momento, la afición atlética está dictando sentencia como el que mueve los labios mientras lee sin pronunciar una palabra. En silencio. En las piernas de Torres está la voz enterrada. Sólo necesita correr, como lo ha hecho siempre, recordar quién es y quiénes son el resto (que no son mejores). Y gritar mientras se exhibe como velocista.
Fernando, unas últimas zancadas que te sirvan también para salir del Calderón. El fútbol y sus aficionados son ingratos, desmemoriados. Que se lo cuenten a Casillas.
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